jueves, 5 de febrero de 2009

Hablábamos de la vida con una gran seriedad, dejándonos llevar por el momento. Por la magia de la noche, de esa noche sin luna. Cada tanto nos ocurría mirarnos de una manera especial, por ejemplo levantando la vista al mismo tiempo y dándonos cuenta de qe los dos pensábamos lo mismo. Es decir, nos mirábamos de una manera especial e inexplicable, como ciertas miradas en en el truco o cuando un hombre que ama desesperadamente debe soportar un té con masas en casa de sus suegros, entonces la mirada afable se alza un instante y por encima de todo y de todos se enlaza en el aire con la otra mirada, y ya no hay nada, una consumación fuera del tiempo, del lugar, del espacio, del sitio, (fuera de todo), se vuelve un secreto dulcísimo.
Entonces soltábamos una risa y nos avergonzamos enormemente de habernos mirado así, sin estar jugando al truco y sin tener amores culpables.

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